Fue en el reciente 1998 cuando sonó cierta alarma en el statu quo de la salud mental, donde parecía todo muy establecido, incluso se había llegado a un acuerdo tenso entre psiquiatría y psicología para la intervención en salud mental; pero en aquel año, Irving Kirsch (profesor de Harvard) y Guy Sapirstein (Universidad de Connecticut) presentaron un informe donde exponían sus incendiarias conclusiones; en las cuales estos autores decían que el efecto de los antidepresivos podían explicarse por el efecto placebo (efecto placebo es la reacción al administrar un fármaco que no se debe a su composición química sino a peculiaridades psicológicas), es decir, el antidepresivo no funciona por su fórmula química sino por lo que la persona espera obtener al tomarlo.
Kirsch inició sus investigaciones en los efectos placebos comparando el efecto que tenían los antidepresivos y sustancias inocuas, sorprendido por la similitud de resultados quiso ir un paso más, y comparó el efecto de los antidepresivos y los depresógenos, que en principio deberían arrojar unos resultados lógicamente discrepantes, pero lo que ocurrió es fueron curiosamente similares en su eficacia contra la depresión (tanto antidepresivos como depresivos mejoraban el ánimo); esto se explica debido a que la expectativa de la persona era de que ambos servían para lo mismo (mejorar los ánimos), y los efectos secundarios daban una sensación de estar tomando un fármaco funcional. Para Kirsch, los antidepresivos no son más que otro tipo de placebos, con efectos secundarios que potencian la sensación de utilidad del fármaco. Su revolucionaria conclusión, en contra de la opinión médica habitual, pone en entredicho la práctica común de la psiquiatría que basan sus actuaciones en la administración de fármacos como primera medida ante un síntoma de tristeza (incluso la atención primaria receta antidepresivos como ligereza).
Lo que podemos sacar de estas investigaciones y meta-análisis (estudio de varias investigaciones) que utilizan el método científico es que los fármacos no deberían ser el tratamiento de primera elección en depresión debido a los efectos secundarios que tienen, al alto coste de los mismo (pueden cronificar su administración durante décadas) y al porcentaje de recaídas que tienen los consumidores de estas sustancias. En algunas sanidades públicas, como la del Reino Unido las recomendaciones basada en la evidencia (estudios de eficacia y eficiencia) el tratamiento de primera elección en depresión leve y moderada es la psicoterapia, ya que aunque a corto plazo tiene los mismo resultados que los antidepresivos, a medio y largo plazo tiene un menor porcentaje de recaídas.
Es de entender, que el sector médico, el farmacológico y sus usuarios, no reciban bien este tipo de estudios; pero algunos países ya están recomendando y protocolizando la psicoterapia como primera elección para la depresión debido a sus resultados y a la falta de efectos secundarios (riesgos para la salud como son la disfunción sexual o la mortalidad).
Kirsch inició sus investigaciones en los efectos placebos comparando el efecto que tenían los antidepresivos y sustancias inocuas, sorprendido por la similitud de resultados quiso ir un paso más, y comparó el efecto de los antidepresivos y los depresógenos, que en principio deberían arrojar unos resultados lógicamente discrepantes, pero lo que ocurrió es fueron curiosamente similares en su eficacia contra la depresión (tanto antidepresivos como depresivos mejoraban el ánimo); esto se explica debido a que la expectativa de la persona era de que ambos servían para lo mismo (mejorar los ánimos), y los efectos secundarios daban una sensación de estar tomando un fármaco funcional. Para Kirsch, los antidepresivos no son más que otro tipo de placebos, con efectos secundarios que potencian la sensación de utilidad del fármaco. Su revolucionaria conclusión, en contra de la opinión médica habitual, pone en entredicho la práctica común de la psiquiatría que basan sus actuaciones en la administración de fármacos como primera medida ante un síntoma de tristeza (incluso la atención primaria receta antidepresivos como ligereza).
Lo que podemos sacar de estas investigaciones y meta-análisis (estudio de varias investigaciones) que utilizan el método científico es que los fármacos no deberían ser el tratamiento de primera elección en depresión debido a los efectos secundarios que tienen, al alto coste de los mismo (pueden cronificar su administración durante décadas) y al porcentaje de recaídas que tienen los consumidores de estas sustancias. En algunas sanidades públicas, como la del Reino Unido las recomendaciones basada en la evidencia (estudios de eficacia y eficiencia) el tratamiento de primera elección en depresión leve y moderada es la psicoterapia, ya que aunque a corto plazo tiene los mismo resultados que los antidepresivos, a medio y largo plazo tiene un menor porcentaje de recaídas.
Es de entender, que el sector médico, el farmacológico y sus usuarios, no reciban bien este tipo de estudios; pero algunos países ya están recomendando y protocolizando la psicoterapia como primera elección para la depresión debido a sus resultados y a la falta de efectos secundarios (riesgos para la salud como son la disfunción sexual o la mortalidad).
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